Hoy os traemos una mirada sobre los Ritos de Creación del Sabbat. Pero en lugar de contarlo tal y como viene en el manual, he decidido hacerlo más intenso poniéndolo en forma de relato (si no me equivoco, el primer relato de Los Archivos de la Noche).
Cuando estudiabas en primaria había en tu clase un chico que se llamaba Ignacio. Destacaba entre todos por sus buenas notas y su aguda inteligencia, el tío lo pillaba todo al vuelo. Y ni siquiera era de estos empollones repelentes, era un chaval majo y tenía algunos amigos.
Con el tiempo Ignacio sacó partido a su talento. Consiguió una beca para estudiar en una prestigiosa universidad extranjera, y se doctoró siempre con las máxima nota. No es de extrañar que fuera elegido para unirse a los Vástagos.
Entre las primeras lecciones que se le dan a un Neonato, está la necesidad de controlar y mantener a raya a la Bestia. Su sire le contó que si cedía a los instintos asesinos que moran en cada Vástago, la Bestia se iría apoderando de él hasta que toda su consciencia se disolviera dentro de un monstruo que sólo busca la sangre.
A pesar de las advertencias, no es fácil mantener esa parte humana que te salva de la Bestia. A veces el hambre te lleva a asesinar. A veces es la ira. Otras veces el Príncipe, los Antiguos o tus propios intereses te ponen en una tesitura en la que tienes que matar. Una noche Ignacio había matado. El tío se lo merecía porque la había tomado sin motivo y había buscado pelea sólo por gusto. No obstante, a Ignacio le sorprendió sentir completa indiferencia por el desgraciado. Sabía que algo había muerto dentro de él.
Fue a buscar a su sire, y le preguntó cómo podía mantener la Humanidad después de casi doscientos años. Su sire le dijo que era muy difícil, casi imposible. Mantener el trato con mortales ayudaba, pero cuando los veías morir una y otra vez era complicado agarrarse a ello. Siendo sincero, la Bestia cada noche bramaba por liberarse, y él cada vez sentía que sus ataduras eran más débiles y acabarían por partirse. Pero había visto a otros vampiros desvanecerse con sus últimos jirones de Humanidad, y sabía que debía aferrarse y luchar cada noche.
Ignacio se sintió aterrorizado al saber que ése era su mismo destino, y maldijo a su sire por engañarlo y ocultarle todo esto cuando le ofreció el Abrazo. Pero Ignacio era afortunado, su tránsito por la no muerte fue infinitamente más fácil de lo que te sucedió a ti.
Tú caminabas una noche por los alrededores de las instalaciones de la modesta universidad pública de tu ciudad. Sentiste a dos tipos que caminaban tras de ti y sólo verlos se te erizó todo el vello, y aceleraste el paso.
Pero te alcanzaron rápidamente. Antes de poder salir a correr, uno de ellos te agarró del cuello. Su mano fuerte y fría, su rostro blanco como una pared, sus ojos… sus ojos estaban desprovistos de alma.
Lo siguiente que recuerdas es que te despertaste rodeado de personas. Había dos grupos, un era claramente el de los captores, de aspectos extraños y que apenas parecían personas reales. El otro era el de las víctimas. Estabais en el cementerio local, y ante vosotros había fosas recién abiertas. Contaste dos, cuatro, seis fosas, y rápidamente una, dos… ¡seis personas entre los que habíais sido secuestrados! El miedo crecía y crecía por tu cuerpo en forma de pinchazos que te paralizaban de la cabeza a los pies.
Mientras tanto los captores contaban una historia extraña. Ibais a ser asesinados, pero os renaceríais de nuevo como criaturas de la noche. ¡Estaban completamente locos! Tras las explicaciones, uno de los criminales preguntó si alguien quería irse. No te atreviste a decir nada, pero tras un silencio una chica entre llantos dijo que quería volver a casa. El mismo hombre le dijo que se fuera y, para tu sorpresa, nadie le cortó el paso cuando salió de allí.
─ ¡¿Alguien más quiere irse?!
Quisiste decir algo, pero la voz no salía de ti, todavía presa del terror. Por suerte, porque cuando un joven intentó irse, una de los secuestradores le rompió el cuello con simple gesto de muñeca. Fue cuando arrancaste a llorar histéricamente, y mientras los captores se abalanzaron sobre el cuerpo y lo destrozaron a mordiscos. Sentiste el abrazo de una chica, que crees que estaba en tu misma facultad.
─ ¡¡¿Quién más quiere irse ─gruñó más que decir el mismo hombre con la boca llena de sangre─?!!
Os quedasteis en silencio, acurrucados unos contra otros, tu cuerpo helado por el pánico y el frío de la noche, y el único calor el de la muchacha que, sin conocerte, se aferraba fuertemente a ti. Tu grito por fin se liberó cuando todos esos monstruos se abalanzaron mostrando sus largos colmillos.
Fuisteis agarrados, golpeados, pateados y mordidos. No, no fue placentero. ¿O sí? Tu conciencia apagada volvía en sí con el ferruginoso sabor de la sangre, cuando un sonoro golpe en la cabeza, ¡clong!, te volvió a dejar inconsciente.
Al despertar tenías hambre. Y estaba oscuro. Tanteaste los alrededores y viste que estabas en algún sitio estrecho rodeado de… de madera. Entonces fue cuando te acordaste de lo que estaba pasando, de las fosas abiertas y los ataúdes, más cajas de madera que féretros dignos. Gritaste hasta que te quedaste sin voz y golpeaste la tapa con histeria. Sentiste de nuevo el hambre atroz y algo se apoderó de ti.
Mientras tus manos excavaban desesperadamente, tu mente se escapaba de aquel lugar y empezabas a perder la cabeza. Confundías esta situación con recuerdos de tu vida. Distintas imágenes del pasado pasaban delante tuya, pero con cada arañazo en la tierra se retorcían más y más. Tus padres te parecían crueles y recordabas aquella vez que te pegaron como una auténtica paliza. Tu pareja era egoísta y sólo pensaba en sí misma. Recordaste aquélla vez que mataste a aquélla zorra del instituto por humillarte delante de toda la clase. Espera, ¿la mataste o imaginaste que la matabas? Ahora estabas viendo claramente como la golpeabas hasta acabar con su vida. Y con cada alucinación, con cada brazada de tierra, tu cordura y tu antiguo yo fue muriendo, tal y como te habían contado quienes te hicieron esto.
Pareció una eternidad, pero al fin tus manos encontraron la superficie, y saliste de la misma gruñendo y gritando con la voz quebrada. Ya no recordabas ni donde estabas, pero un aroma sabroso, casi imperceptible si no fuera por la brutal hambre, flotaba en el aire. Tu olfato de guió hacia el cáliz lleno de sangre que te ofrecían tus captores. Engulliste el líquido rojo y apenas te daba para saciar el hambre, pero hubo otro ¡clong!, y volviste a quedar semiinconsciente por el golpe de la pala. Te condujeron al fondo de una cripta, donde fuiste encadenado junto a otros harapientos monstruos que se parecían ligeramente al resto de víctimas. Hubo sólo cuatro de los seis iniciales, y no estaba la chica que con tanta fuerza se había aferrado a ti. Ahora sabes que yace para siempre sepultada, completamente demente y atrapada sin fuerzas ya para salir por su cuenta.
A la noche siguiente, vuestros creadores arrojaron personas en la cripta y os permitieron matarlas y devorarlas. Fue el primer momento bueno desde que empezó todo. No sólo fue placentero dominar al mortal y sacarle la sangre, sino que al menos por un tiempo el hambre se sació o se hizo menos aguda.
Pasaste las siguientes noches en aquella cripta, pasando del miedo a la confusión y a la furia. De vez en cuando ellos bajaban y os contaban cosas. Sabías que no mentían cuando os contaban que ya no érais humanos y habíais dejado atrás vuestro antiguo ser. No te sentías para nada como tu antiguo ser. Te sentías como un animal enjaulado y con ganas de matar.
También hablaron de muchas cosas que aún no comprendías bien: Camarilla, Antiguos, Antediluvianos, etc. Nada de eso tenía sentido para ti, sólo querías salir y les odiabas por tenerte encerrado y por lo que te habían hecho, pero a la vez cada vez que te daban sangre del cáliz los apreciabas más.
Por fin una noche os dijeron que saldríais. Sería vuestra prueba final. Iríais a la batalla y pelearíais con “los malos”. Si sobrevivíais y luchabais valientemente, seríais por fin libres y como ellos. Si no, moriríais por fin. A ti cualquiera de las opciones te valía, con tal de salir de la cripta y desatar tu furia.
Caísteis sobre vampiros enemigos. Fue un asalto afortunado, pues dos de los cuatro sobrevivisteis. Cuando acabó todo y os juntasteis para la Vaulderie, todavía mantenías parte del rencor hacia tu manada, pero el sentimiento de aceptación, de haber ganado un sitio en el Sabbat y que te lo reconocieran, también te llenó.
La semana que duraron los Ritos de Creación fue tremendamente dura, y viviste en ella más horrores de los que Ignacio encontrará en décadas. Pero sólo fue un preludio de la vida cruenta, brutal y jodida que le espera a un vampiro del Sabbat.
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